domingo, 27 de diciembre de 2015

JUSTO Y PASTOR

I

Justo y Pastor eran dos hermanos, naturales de Alcalá,  pueblo cerca de Madrid. Uno tenía trece años y el otro siete.
Estos dos niños iban  juntos a la escuela, donde, por su asiduidad y aplicación, eran el modelo de todos sus compañeros.
Al salir un día de la escuela, advirtieron por las calles un movimiento extraordinario.
El pueblo se dirigió alborozado hacia uno de los puertos de la ciudad, enviado para ejecutar los decretos contra los cristianos.
Justo se enteró de lo que ocurría, se lo contó a su hermanito y añadió.
-          Oye, Pastor, ¿quieres ir conmigo a ver al presidente, y hacer lo que yo haga?
Pastor, como más pequeño, tenía mucha confianza en su hermano.

II

Llegaron a la puerta de Alcalá, donde el presidente, recostado en su carroza, saboreaba con delirio los honores que le tributaban aquel inmenso gentío.
Este espectáculo conmovió el corazón de Justo quien como impulsado por una fuerza superior, se abrió paso por entre la muchedumbre, llevando de la mano a su hermanito.
Llego hasta el carro del presidente, y dijo en alta voz:
-          Yo soy cristiano.
-          Yo también- repitió Pastor con su voz infantil, pero firme- y tu haces mal en matar a los cristianos- agrego.
Daciano mostró tanta admiración como disgusto, ante tal audacia.
-          ¿Quiénes son esos niños?, exclamo con tono que demostraba su enojo
-          son miserables cristianos, respondió la turba.
-          ¡pues que le den la muerte!
Tal fue la conclusión de esta escena, que apenas había durado el tiempo que hemos  empleado en contarla.

III

Los soldados se apoderaron de los niños, y en el camino dijo Justo a su hermano:
-          Ante todo, no tengas miedo; haz como yo,  y acuérdate de que no hay que temer la espada, que pueda matar el cuerpo, sino a Dios solo a quien amamos, y por el que vamos a morir acaso.
-          No tengas cuidado, respondió Pastor, yo no tengo miedo, y mi deseo es morir por Jesús que murió por mí.
Mientras tanto el verdugo  a quien habían entregado los soldados estas dos tiernas víctimas, aplicaba el oído a la conversación de los dos hermanos, y, al ver su constancia, dio parte a Daciano.
-          ¡cómo!- replico el tirano- ¿esos dos niños se exhortan a morir valerosamente? Pues bien; ¡que mueran! Pero que los lleven muy lejos de la ciudad.
Cumpliese inmediatamente la orden, y los dos niños hermanitos recibieron casi al mismo tiempo la muerte.
Desde ese momento contaba la Iglesia dos ángeles más, y la niñez dos nuevos protectores.

Más tarde se mandó construir una capilla, en el mismo sitio en que habían perdido el martirio.

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