domingo, 27 de diciembre de 2015

EL PERSA VERÍDICO
Había en Persia un hombre tan honrado y tan bueno que todos los que le conocían le llamaban tanto. Siendo muchacho todavía, quiso instruirse y aprender la ciencia del bien. Tenían a la razón los árabes famas de poseer muchos y buenos sabios, y se propuso llegar hasta ellos deseoso de instruirse.
Su madre aprobó el proyecto, le dio ochenta piezas de plata y le dijo: “esto es todo el dinero que tengo. La mitad te pertenece;  pero la otra mitad, que es de tu hermano menor, debes restituirse; con los créditos correspondientes”.
Convino en ello el buen muchacho persa; la madre entonces le fue cosiendo las monedas en el interior de la ropa, para que pudiera llevarlas con más facilidad sin perderlas; y terminado esta operación, le dijo:
-          Prométeme ahora no decir jamás una mentira.
-          Te lo prometo, madre.
-          Pues bien; que Dios baya contigo, como va mi bendición- añadió la madre conmovida y se despidió de él para siempre.
El muchacho,  que se llamaba Abdul Kadir, emprendió su viaje y anduvo días y días en dirección a la Arabia. Se asoció después a otros viajeros para pasar juntos por los sitios de mayor peligro, y caminando así dieron un día como un grupo de bandidos Árabes.
Los  detuvieron y les robaron el dinero y las joyas que llevaban en sus equipajes. El muchacho persa no llevaba bukos, más que su redoma con agua y nadie sospechaba siquiera que pudiese llevar dinero.
Mientras los bandidos despojaban a los demás viajeros, el jefe de la partida, que montaban un hermoso caballo, llamó al pequeño persa y se puso a bromear con él.
-          ¿qué dinero llevas? -Le pregunto
-          Ochenta monedas de plata, dijo con resolución el muchacho.
El árabe se rió, creyendo que también bromeaba el chico, y le pidió la bolsa.
-          No tengo, dijo el persa, las monedas están cosidas en mi ropa.
Le registró entonces el jefe de los bandidos, y se convenció de que el muchacho decía la verdad.
-          ¿Cómo has declarado que llevabas ese dinero, cuando iba tan bien escondido?
-          Por qué prometí decir siempre la verdad.
-          ¿a quién le prometiste?
-          A mi madre.
-          ¡ah! Exclamó entonces conmovido el árabe. ¡tú, niño aún, y en la más apuraba situación, obedecer al mandato de tu madre ausente, y nosotros olvidamos el mandato de nuestro Dios!
Después, dirigiéndose al pequeño pera, le dijo:
-          ¡dame esa mano honrada, muchacho, que quiera salvarte en paga de la lección que me acabas de dar!
Volviose con él hacia donde estaban los demás ladrones, les contó el caso, y les anuncio su propósito de respetar el dinero del persa verídico.
Ellos aprobaron la resolución del jefe, diciendo:
-          Eres nuestro jefe en el robo, debes serlo también en las acciones generosas y justas.

-          El jefe devolvió el dinero al muchacho persa y le llevo de nuevo al camino que había de seguir.

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