LA PACIENCIA
Caminaban cierto día Juan Sinpena y Pepe
Alvares, ambos mozos de cordel o sea cargadores, agobiados bajo el peso de
grandes cajones, que al compañero de Juan hacían decir sapos y culebras,
mientras él se reía y se mostraba muy contento, cual si el enorme bulto que
gravitaba sobre sus hombros fuera una pluma.
-¡canastos!- exclamo el compañero- dime,
Simpena, ¿Cómo es que tú que pareces un alfeñique, llevas tu cajón con tanta
facilidad, cuando el mío me tiene tan abrumado?
-es que yo poseo una piedrecita mágica que
llevo aquí, (y señalo su pecho), con la cual se aligeran todos los pesos.
-préstamela, pues, así disminuirá el peso de
este condenado; por si no me voy a reventar.
-no puedo prestártela, pero yo te diré donde
se vende.
-¿y el dinero para comprarla?
-te indicare también en que sitio lo dan. Y
te advierto que la piedrecita esta vale mucho, mucho., y me sirve para mil
cosas.
-pronto, pronto, dime cómo se consigue ese
tesoro.
-¿Por qué crees tú que estoy siempre contento
aunque no tenga dinero en el bolsillo? Pues este es el secreto. Si no hay que
comer, acudo a la piedra; si estoy enfermo, acudo a la piedra; se hace frio,
acudo a la piedra; y si Dios dispusiera de mi vida acudiría a la piedra…
-Ahora me explico porque estas siempre tan
alegre como unas castañuelas.
- pues bien, mira: este tesoro viene de
arriba. Se llama la virtud de la
paciencia.
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