domingo, 13 de marzo de 2016

LA PACIENCIA
Caminaban cierto día Juan Sinpena y Pepe Alvares, ambos mozos de cordel o sea cargadores, agobiados bajo el peso de grandes cajones, que al compañero de Juan hacían decir sapos y culebras, mientras él se reía y se mostraba muy contento, cual si el enorme bulto que gravitaba sobre sus hombros fuera una pluma.
-¡canastos!- exclamo el compañero- dime, Simpena, ¿Cómo es que tú que pareces un alfeñique, llevas tu cajón con tanta facilidad, cuando el mío me tiene tan abrumado?
-es que yo poseo una piedrecita mágica que llevo aquí, (y señalo su pecho), con la cual se aligeran todos los pesos.
-préstamela, pues, así disminuirá el peso de este condenado; por si no me voy a reventar.
-no puedo prestártela, pero yo te diré donde se vende.
-¿y el dinero para comprarla?
-te indicare también en que sitio lo dan. Y te advierto que la piedrecita esta vale mucho, mucho., y me sirve para mil cosas.
-pronto, pronto, dime cómo se consigue ese tesoro. 
-¿Por qué crees tú que estoy siempre contento aunque no tenga dinero en el bolsillo? Pues este es el secreto. Si no hay que comer, acudo a la piedra; si estoy enfermo, acudo a la piedra; se hace frio, acudo a la piedra; y si Dios dispusiera de mi vida acudiría a la piedra…
-Ahora me explico porque estas siempre tan alegre como unas castañuelas.

- pues bien, mira: este tesoro viene de arriba. Se llama la virtud de la paciencia.

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