EL OJO DE DIOS
Enrique y María hallábanse un día en casa,
cuando el primero dijo a esta:
-ven, María, vamos a ver si encontramos
algunas golosinas con que regalarnos
María respondió:
-si tú quieres llevarme a un sitio en donde
nadie puede vernos, desde luego consiento.
-pues bien- dijo Enrique- ven conmigo a la
despensa, y allí sacaremos rica miel del tarro comprado el otro día.
-no- respondió María- porque la vecina de en frente
puede vernos por una rendija que hay en la puerta.
-pues entonces vamos a la cocina, donde sé
que hay un plato de natillas, y veras conque gusto nos las comeremos.
-mira que también hay una ventana en frente y
allí a menudo está sentada la vecina hilando, y nos va a ver.
- pues bien, ¿sabes que podemos hacer? Nos bajamos
al sótano y allí encontrares excelentes manzanas, y podemos echar un traguito
de vino, y, como está a oscuras, de seguro que nadie nos podrá ver.
-hermanito- respondió María- ¿crees tú de
veras que nadie absolutamente podrá vernos? ¿No sabes tú que hay en lo alto un
ojo que penetra a través de las paredes, y ve claro en las más negras
tinieblas?
Detuvose Enrique con esta observación; guardo
un momento de silencio y luego exclamo:
-razón tienes hermanita: Dios está presente en todas partes; guardémonos, pues, de cometer
ninguna falta.
Alegrose María al ver la buena disposición de
Enrique, y le regalo una estampita, en la que se leían los siguientes versos:
“¡Mira que
te mira Dios,
Mira que te
está mirando!
¡Mira que te has de morir,
Mira que no
sabes cuándo!”
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