domingo, 13 de marzo de 2016

EL OJO DE DIOS
Enrique y María hallábanse un día en casa, cuando el primero dijo a esta:
-ven, María, vamos a ver si encontramos algunas golosinas con que regalarnos
María respondió:
-si tú quieres llevarme a un sitio en donde nadie puede vernos, desde luego consiento.
-pues bien- dijo Enrique- ven conmigo a la despensa, y allí sacaremos rica miel del tarro comprado el otro día.
-no- respondió María- porque la vecina de en frente puede vernos por una rendija que hay en la puerta.
-pues entonces vamos a la cocina, donde sé que hay un plato de natillas, y veras conque gusto nos las comeremos.
-mira que también hay una ventana en frente y allí a menudo está sentada la vecina hilando, y nos va a ver.
- pues bien, ¿sabes que podemos hacer? Nos bajamos al sótano y allí encontrares excelentes manzanas, y podemos echar un traguito de vino, y, como está a oscuras, de seguro que nadie nos podrá ver.
-hermanito- respondió María- ¿crees tú de veras que nadie absolutamente podrá vernos? ¿No sabes tú que hay en lo alto un ojo que penetra a través de las paredes, y ve claro en las más negras tinieblas?
Detuvose Enrique con esta observación; guardo un momento de silencio y luego exclamo:
-razón tienes hermanita: Dios está presente en todas partes; guardémonos, pues, de cometer ninguna falta.
Alegrose María al ver la buena disposición de Enrique, y le regalo una estampita, en la que se leían los siguientes versos:
“¡Mira que te mira Dios,
Mira que te está mirando!
 ¡Mira que te has de morir,

Mira que no sabes cuándo!”

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