domingo, 13 de marzo de 2016

EL BURRO Y LOS LIBROS
Un burro que pastaba en un prado hallo unos libros que algún muchacho descuidado había perdido.
-si yo me comiera estos libros- dijo para si el orejudo- aprendería muchas cosas sin trabajo y seria sabio.
Y dejando la hierba, se puso a masticar alegremente los libros, hasta concluir con todos ellos.
Desde aquel instante, el burro se sintió lleno de saber, y, orgulloso fuese a donde estaban sus compañeros, a quienes anuncio que les iba a dar algunas lecciones.
Las bestias le rodearon, esperando con atención la enseñanza que les iba a dar el burro.
Pero éste permaneció largo rato con la boca abierta, sin saber que decir, hasta que por fin dio un rebuzno desagradable y ridículo.

Las bestias, al oír aquello, rebuznaron en coro, burlándose del burro orgulloso, a quien echaron a patadas de su compañía.
EL LOBO Y EL CORDERO
Impulsados por la sed, se acercaron a beber a un mismo arrollo un Lobo y un Cordero.
En la parte superior estaba el Lobo; más abajo el Cordero.
El Lobo, ni para que decirlo, se engolosino con el Cordero.
-tengo listo el almuerzo- pensó el muy bellaco.
Mas queriendo salvar las apariencias, antes que obedecer al natural instinto, que lo impulsaba a saltar sin preámbulo encima de aquel pobre inocente, se hizo el amoscado y con ronca voz de dijo:
-¡eh, bribonzuelo! ¡A ti te hablo! ¿Cómo te permites ensuciar con tus asquerosos labios el agua que yo bebo?
-señor Lobo, usted se equivoca- insinuó el Corderito- ¿Cómo puedo yo enturbiar el agua que usted bebe, si yo estoy más abajo y está llena a mi después que usted ha bebido?
-no me vengas con razonamientos. ¡Si no lo enturbiaste hoy, ahora me acuerdo, fue ayer!
- imposible, ayer no salí de casa, porque estaba resfriado.
Y ya se preparaba a dar el salto ritual, cuando una voz cavernosa le heló la sangre en las venas y lo hizo parar en seco.
-¿el tío?
-¡Presente! ¿Qué se le ofrece?- y un condenado carnero, o mejor, un carnerozo, con un par de larguísimos y puntiagudos cuernos, se adelantó amenazador.
-¡nada, nada! Echábamos un párrafo con el sobrino sobre la frescura de esta agua. ¡Hasta luego!...
-¡adiós pollo!
Y se alejó, rabo entre las piernas, canturreando un estribillo mientras pensaba:

-¡el mundo está lleno de agua fiestas!...
EL SOL, EL FRIO Y EL VIAJERO
Un aldeano, que iba de camino, se encontró con el Sol, el Frio y el Viento. Saludo cortes mente y siguió andando.
-ese hombre me ha saludado a mí- dijo el Sol- para que yo no lo queme.
- no- dijo el Frio- fue para mí su saludo. Me teme más que a ti.
-basta de odiosa discusión- interrumpió el viento- yo fui el objeto de ese saludo.
Y comenzaron a discutir. Por fin, el Sol dijo:
-pues no logramos ponernos de acuerdo, vayamos a preguntarle al mismo campesino.
No tardaron en alcanzarlo, y le preguntaron:
Haz el favor de decirnos, a cual de nosotros tres saludaste tú tan garbosamente.
-al Viento- repuso el hombre.
- ¿no lo decía yo?- exclamo el Viento.
- pues coceré a este hombre como a un cangrejo- dijo el Sol, despechado-¡se acordara de mí!
- no lo conseguirás- contesto el Viento- yo soplare y aliviare el calor de tus rayos.
-pero yo lo hare morir antes- dijo entonces el Frio.
-tampoco lo conseguirás, amigo mío. Si yo no soplo, el hombre podrá soportar bien el frio.

Y el campesino, satisfecho, continúo su camino.
EL OJO DE DIOS
Enrique y María hallábanse un día en casa, cuando el primero dijo a esta:
-ven, María, vamos a ver si encontramos algunas golosinas con que regalarnos
María respondió:
-si tú quieres llevarme a un sitio en donde nadie puede vernos, desde luego consiento.
-pues bien- dijo Enrique- ven conmigo a la despensa, y allí sacaremos rica miel del tarro comprado el otro día.
-no- respondió María- porque la vecina de en frente puede vernos por una rendija que hay en la puerta.
-pues entonces vamos a la cocina, donde sé que hay un plato de natillas, y veras conque gusto nos las comeremos.
-mira que también hay una ventana en frente y allí a menudo está sentada la vecina hilando, y nos va a ver.
- pues bien, ¿sabes que podemos hacer? Nos bajamos al sótano y allí encontrares excelentes manzanas, y podemos echar un traguito de vino, y, como está a oscuras, de seguro que nadie nos podrá ver.
-hermanito- respondió María- ¿crees tú de veras que nadie absolutamente podrá vernos? ¿No sabes tú que hay en lo alto un ojo que penetra a través de las paredes, y ve claro en las más negras tinieblas?
Detuvose Enrique con esta observación; guardo un momento de silencio y luego exclamo:
-razón tienes hermanita: Dios está presente en todas partes; guardémonos, pues, de cometer ninguna falta.
Alegrose María al ver la buena disposición de Enrique, y le regalo una estampita, en la que se leían los siguientes versos:
“¡Mira que te mira Dios,
Mira que te está mirando!
 ¡Mira que te has de morir,

Mira que no sabes cuándo!”
TRES AVECILLAS DEL REY HERODES
I
La Virgen, con el niño Jesús, huía del Rey Herodes. Encontró una paloma y esta le pregunto:
-¿Dónde vas, María?
-huimos de la furia de Herodes- repuso la Virgen. Pero como en aquel instante se escuchara el ruido de los soldados que en pos de ella seguían, he aquí que la paloma bolo asustada.
Siguió la Virgen su camino. Tropezó con una codorniz, quien le hizo idéntica pregunta y que, al igual que la paloma, al enterarse del peligro, echo a bolar.
Finalmente, la Virgen encontró una alondra y esta, en cuanto se enteró del peligro que corría, la oculto detrás de unas matas.
II
Los soldados de Herodes encontraron a la paloma y por ella se enteran del camino que llevaba la Virgen. Un poco después, la codorniz, como le asieron la misma pregunta, no vacilo en señalarles las huellas de los pasos de la Virgen.
III
Al fin, los perseguidores, dieron con la alondra.
-¿has visto pasar a la Virgen y al Niño Dios?
-si- apresurándose a decirles la alondra y, señalando un rumbo falso, agrego- tomo por este camino…
Y así alejo de la Virgen y de Jesús a sus perseguidores.
IV
Dios castigo a la paloma y a la codorniz. Desde entonces, el canto de la primera es como un eterno lamento y, en cuanto a la segunda, hizo que su cuello fuera tan bajo que se convirtió para siempre en la presa fácil para los cazadores.
Y la alondra, en premio, fue la anunciadora por las mañanas.

“EL COMERCIO”
MAL POR BIEN ES CRUELDAD


EL PERAL
A un peral una piedra tiro un muchacho y una pera exquisita soltóle el árbol.
Las almas nobles por el mal que reciben devuelven favores.

EL MULO
Dióle a un mulo cebada el buen Zibulo, y una coz como un templo largóle el mulo.
La gente innoble por el bien que recibe devuelve coces.

M.A. PRINCIPE

AYUDA MUTUA
Un estropeado de las piernas y un ciego viajaban juntos. Llegaron  a la orilla de un rio que debían cruzar. El estropeado dijo:
-“aquí hay un vado bastante bueno al parecer; pero mis piernas no permiten pasarlo”
Y el ciego dijo:
-“yo lo pasaría si pudiera ver, pero temo desviarme y caer al profundo pozo”.
Agrego al punto el estropeado:
-“¡magnífica idea  la mía! Mira, tus piernas serán mi sostén y mi vista serán tu guía”.

Dicho y hecho: el estropeado acomodóse sobre los hombros del ciego, y así alcanzaron la otra orilla.
LA LENGUA
Dijo in día un señor a su cocinero:
-hoy me presentaras a la mesa, lo mejor que encuentres en la carnicería.
Y el cocinero le trajo lengua.
Otro día, dijo en cambio el señor a su cocinero:
-tráeme  el pero bocado que halles en la carnicería.
El cocinero volvió a traer lengua.
-¿Cómo se explica esto?- interrogo muy extrañado el señor.
El cocinero respondió:
-señor, la lengua es a la vez, lo peor y lo mejor que hay en el mundo. Si es bueno, no existe cosa mejor; si es mala, no hay cosa peor.

¡Niño! Cuida tu lengua. Cuando hables, emplea siempre palabras honestas y humildes.
LA PACIENCIA
Caminaban cierto día Juan Sinpena y Pepe Alvares, ambos mozos de cordel o sea cargadores, agobiados bajo el peso de grandes cajones, que al compañero de Juan hacían decir sapos y culebras, mientras él se reía y se mostraba muy contento, cual si el enorme bulto que gravitaba sobre sus hombros fuera una pluma.
-¡canastos!- exclamo el compañero- dime, Simpena, ¿Cómo es que tú que pareces un alfeñique, llevas tu cajón con tanta facilidad, cuando el mío me tiene tan abrumado?
-es que yo poseo una piedrecita mágica que llevo aquí, (y señalo su pecho), con la cual se aligeran todos los pesos.
-préstamela, pues, así disminuirá el peso de este condenado; por si no me voy a reventar.
-no puedo prestártela, pero yo te diré donde se vende.
-¿y el dinero para comprarla?
-te indicare también en que sitio lo dan. Y te advierto que la piedrecita esta vale mucho, mucho., y me sirve para mil cosas.
-pronto, pronto, dime cómo se consigue ese tesoro. 
-¿Por qué crees tú que estoy siempre contento aunque no tenga dinero en el bolsillo? Pues este es el secreto. Si no hay que comer, acudo a la piedra; si estoy enfermo, acudo a la piedra; se hace frio, acudo a la piedra; y si Dios dispusiera de mi vida acudiría a la piedra…
-Ahora me explico porque estas siempre tan alegre como unas castañuelas.

- pues bien, mira: este tesoro viene de arriba. Se llama la virtud de la paciencia.
EDUCANDO AL CORAZÓN
Un anciano maestro paseaba una vez con su discípulo suyo por un espeso bosque.
De repente se detuvo y señalo cuatro plantas que estaban al alcance de su mano.
La primera apenas había salido del suelo, la segunda había crecido un poco ya , la tercera tenía el tamaño de in arbusto y la curta era ya un árbol.
-arranca la primera, dijo el anciano a su discípulo.
El niño la arranco con los dedos.
-ahora saca la segunda.
El niño lo hizo, pero no tan fácilmente.
-la tercera ahora.
El niño tuvo que poner a contribución todas sus fuerzas para arrancarla del suelo.
-por último, arranca la cuarta
Pero ¡ah! el tronco de aquel árbol era tan grueso que el niño juzgo imposible arrancarlo.
Entonces, el maestro le explico así esta lección:
-he aquí, hijo mío, lo que sucede con los malos hábitos. Cuando están en su principio, se puede con poco cuidado extirparlos; pero si dejamos que esos hábitos malos echen raíces, en nuestra alma, entonces no abra poder humano capaz de arrancarlos; solamente lo podrá la mano del Todopoderoso.

Por esta razón, hijo mío, cuídate de los primeras faltas y caídas.
LAS RIQUEZAS DEL HOMBRE
Había una vez un hombre que, descontento de su suerte, se quejaba ante Dios exclamando:
- Dios manda riquezas a los otros y a mí no me manda nada.
 Un anciano que oyó sus palabras de dijo:
- no eres tan pobre como crees. ¿No recibes de Dios la juventud y la salud?
Y el hombre contesto.
-no digo que no y me siento orgulloso de mi fuerza y juventud.
El viejo tomo la mano derecha de aquel hombre y luego le pregunto:
-¿te dejarías cortar esta mano por mil soles?
-¡no, ciertamente que no!
-¿y la izquierda?
-tampoco.
-¿consentirías quedar ciego por mil dólares?
-¡Dios me libre de ello! No daría ni un ojo por la más bonita suma.
Y entonces, el anciano añadió:
-te quejas en balde, pues el Señor te dio algunas riquezas.


L.T.